Saturday, April 07, 2007

 

El anuncio


Todo había empezado con ese maldito anuncio. Pasa cada día: vas a casarte con un hombre y, unos meses antes de la boda, recibe una llamada de teléfono. Te da la noticia y contestas cuánto te alegras. Cuánto, cuánto.

Claudia estaba perpleja. Así que había hecho unos castings… Hace cinco años, amor, ni siquiera nos conocíamos. Pero ella no dejaba de mirarle ¿Tú? Sinceramente, no me pega nada. Y, además, cómo se te olvida comentarme algo así.

Pero me alegro, dice, me alegro de verdad. Así conocerás gente nueva, te irá bien. Gente nueva, chicas. Cariño, ¿cómo se te ocurre pensar algo así? Me vendrá bien para…

Chicas de ésas.

Claudia no sabía qué hacer. Bueno, tenía una ligera idea cuando comenzó a robar diazepán de la farmacia de su tía. Y acabó por verlo todo claro tras mezclar el medicamento con Johnny Walker.

Tú no me quieres, no me quieres.

Él se fue de casa dos semanas después del rodaje. No se volvió a hablar de la boda nunca más. Claudia sólo salía de casa para ir al trabajo y empezó a desconectar el teléfono para que no la molestaran. Después de cenar, siempre veía la serie demodé “Invitación a la locura”, en la que dos familias enfrentadas luchaban por unas tierras. En medio de todo ello, una pareja de adolescentes de treinta años se debatía entre ser fieles a sus respectivos linajes o a su propio corazón.

Claudia lloraba mucho.

Fue durante una de las pausas comerciales de “Invitación a la locura” cuando vio el anuncio por primera vez. ¡Le habían dado el papel principal! Se encontró mordiendo sus propias rodillas de pura rabia al contemplar cómo una rubia de pechos enormes le acariciaba el rostro mientras una voz en off advertía acerca de las consecuencias de escoger Purple Drink, la bebida de los ganadores.

Marcó su número, pero comunicaba. Lo intentó de nuevo y esta vez dejó un mensaje en el contestador: Te has olvidado una camiseta. Al principio me bastaba con olerla por la parte del pecho. Pero un día vino mi madre- ya sabes cómo es- y, cuando volví, la habitación apestaba a incienso. Ahora sólo conserva tu olor en la parte de las axilas. Cada noche antes de acostarme la huelo un rato y luego la dejo otra vez encima de la vieja butaca. Pero el olor ya se está acabando. Sólo te pido que me dejes una que tengas sucia. Me da igual, sólo quiero una cualquiera. No sé, una que vayas a tirar. Sólo es eso, no creo que pida mucho.

Y colgó.

El desenlace era evidente. Claudia empezó a comprar cantidades industriales de Purple Drink persuadida por la oferta de lanzamiento que regalaba al consumidor un treinta por ciento más de bebida durante los primeros meses de promoción.

Un compañero de trabajo, preocupado al no recibir unos informes que debían estar en la mesa del jefe hacía ya dos semanas, llamó a la policía. Tras golpear con esmero la puerta, optaron por derribarla y se encontraron a Claudia tendida encima de una enorme montaña de latas goteantes.

Se trataba de la bebida de los ganadores y el hedor era insoportable.






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