Tuesday, March 27, 2007

 

Eso suena a trabajo de Superman

Le habían jubilado. Tenía treinta y tres años y estaba loco, pero eso lo supe más tarde.

A veces cogía un autobús y me iba a pasar unos días en su pequeño búnker. Veíamos películas, los primeros capítulos de los Simpsons y Tómbola. Me prestaba libros que yo nunca devolvía y también me leyó un poema que había escrito titulado “el hombre de las mil úlceras”.

Yo no entendía muy bien por qué estaba loco. Parecía una persona normal, sólo que hablaba bajito y se lavaba las manos treinta veces al día. ¿Qué es lo que tienes exactamente?, le pregunté. Neurosis obsesiva, me contestó. Pues no se te nota, dije. Intento que no se me note, aclaró, pero ¿ves ese cenicero? Me está poniendo de los nervios, debería estar aquí.

Y lo cogió y lo puso encima de la mesita de noche.

Otro día llegó con unas cadenas que había comprado en una ferretería de la calle Cervantes. Intentamos hacer algo con ellas pero nos entró la risa.

No salíamos mucho, excepto para tomar cafés. Una vez fuimos a cenar al YUPI del centro. Me encanta el YUPI, tiene asientos mulliditos y nunca jamás podrías ir vestido más ridículamente que los camareros. Recuerdo que pedí un postre llamado “muerte por chocolate”. Me daba tanta vergüenza que simplemente lo señalé en el menú y el camarero sonrió.

Me indigné mucho cuando lo trajo a la mesa. Aquello era un vulgar brownie, seco y granulado como la lengua de una vieja puesta de speed. Pero qué coño muerte por chocolate, no llegaba ni a coulant. Lo dejé mordisqueado en el plato y cuando el camarero lo recogió mascullé un “no era para tanto” lleno de rencor ante tantas expectativas frustradas.

Le pregunté, señalando las pastillas que tomaba, si aquello era Prozac. Se rió y me dijo que eran mucho más fuertes que eso y que era un verdadero milagro que aun se le levantara después de tomarlas.

Se mudó a El Escorial y una vez que volvía de Londres fui a visitarle. Lo noté más místico de lo normal, aunque ni obraba milagros, ni era necesario. Justo debajo de su casa había una cafetería. Seguía sonriendo, seguía considerando tomarse un café como un verdadero ritual. Aún lucía su mechón blanco, idéntico al del gremlin más cabrón.

Ésa fue la última vez que lo vi. Hace un año me mandó un mensaje al móvil que decía

ojalá quisieras ser

una loca por causa de Cristo

Nunca le contesté.

[bso: Superman-Cinerama]






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