Thursday, December 07, 2006

 

Cosas que no se preguntan

Comíamos unos tomates frescos que había plantado él mismo, en Niza. Thierry dijo, riendo, que estábamos comiendo tomates a dos euros cincuenta la unidad. ¿Y eso? Había metido uno de ellos en una subasta en Ebay. Por supuesto, lo había adornado: que si tomates cultivados por las más finas manos francesas y que si libres de insecticidas. Todo empezó como una broma y, finalmente, el máximo pujador entre los dos que existían, se personó en la puerta de casa de Thierry, con dos euros cincuenta en la mano; mientras él le tendía, perplejo, ni demasiado grande, ni demasiado pequeño, un simple tomate.

Se me ocurrió, embriagada de Pastis, preguntarle acerca de lo que me había dicho en Londres. Ésta era la típica cosa que piensas que no has oído bien, va pasando el tiempo y crees que ya es demasiado tarde para volver a recordarla.

En ese momento, Anne estaba fijando los ojos sobre un libro que tenía en el salón. El último de Houellebecq. Lo hizo de manera casual, casi con la mirada perdida porque iba un poco pedo, pero Thierry cogió el libro y, orgulloso, mostró la primera página con la firma del autor, explicando que lo había conocido hacía un par de meses.

Recordaba la fiesta en la casa de Brixton, hacía tres años, cuando me encontré con Thierry por primera vez. Yo estaba bebiendo mucho tequila y me volvía violenta por momentos. Mi mala leche aumentaba a medida que los gemidos en el desván se hacían más audibles. Pensaba que ya era hora de que le metieran la polla en la boca - lingotazo- a la putita inglesa de turno. Y mascullaba, entre dientes y medios limones, la facilidad que tienen las chicas de Essex para abrirse de piernas.

Recuerdo que Thierry tenía mucho más pelo en la cabeza por aquel entonces. Lo vi pinchando música de Django. Se acercó a mí y me pasó un peta, cosa que me relajó bastante. Hablamos un rato y me preguntó si me gustaba lo que estaba sonando.

- No está mal. Es Django Reinhart, ¿ no?

- Sí. Sabes, ese tipo fue amante de mi abuela, cuando venía a París.

- Ah.

- Mi abuela nunca me cayó bien.

- ¿Por qué?

- Nunca le perdoné que permitiese a mi abuelo violar a mi madre.

Me quedé chupando un limón con cara de china y dirigí mi mirada hacia la ventana, fingiendo que no había oído nada.

Ahora me preguntaba si era el momento adecuado para sacar el tema, para decirle: “Entonces bromeabas, ¿verdad?”

- Oye, Thierry… en aquella fiesta…

- ¿Qué fiesta?

- Nada, déjalo. Pásame el vino y el libro de Houellebecq que quiero echarle un vistazo, anda.






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