Friday, February 16, 2007

 

¿Vas a ponerte esos zapatos?


Subió la tapa del retrete y se dio cuenta de que dentro había un pequeño punto de alrededor de un milímetro de diámetro. Cuando el flujo de orina estaba apuntando directamente hacia la minúscula mancha, hizo toda la fuerza que pudo, pero la presión no fue suficiente. Se abrochó el pantalón, tiró de la cadena y usó la escobilla.

¿Estás listo? Gritó ella desde el salón.

Sí, sólo tengo que calzarme. Dijo él.

Fue hacia la habitación y sacó de su armario los zapatos blancos. Ella le miraba, apoyada en el marco de la puerta. Con una media sonrisa le preguntó si de veras iba a ponerse esos zapatos.

¿Qué tienen de malo?

Nada, sólo que parece que fueras a patear prostitutas. Fíjate qué punta tan enorme tienen.

A mí me gustan. Además, son italianos. Me costaron una pasta.

Bueno, no te pongas así. Sólo bromeaba.

Fueron a cenar a casa de Max y Laura. Le pareció que, en el umbral de la puerta de entrada, ella le daba un pequeño empujoncito para ponerse justo delante de él. Cuando Max abrió la puerta y los recibió, ella le tapaba todo el cuerpo menos la cabeza.

Comieron sushi en una mesa baja. Él pidió un tenedor, porque con los palillos se le caía la comida cada dos por tres. La conversación giraba en torno a una película que acababan de estrenar. Laura se había quedado dormida en el cine y Max se lo estaba reprochando. Cuando llegaron a los postres, él miró sus zapatos blancos. Realmente parecían un poco extraños, casi ortopédicos. Eran muy cómodos, pero nunca se había fijado en lo grandes que eran.

Metió los pies por debajo del cristal ahumado de la mesita. No quería parecer un payaso con esos zapatos.

Llegaron pronto a casa y tomaron algo de vino blanco antes de acostarse. Él se puso entonces las zapatillas e introdujo los zapatos en la bolsa de basura, mientras ella abría otra botella, peleándose con un sacacorchos de diseño en el sofá. Pero la bolsa era transparente y ella pudo ver los zapatos dentro, entre mondas de plátano y granos de café.

¿Los vas a tirar?

Sí, están muy viejos ya.

No será por lo que yo te he dicho, ¿verdad?

No, no te preocupes, por favor. Vuelvo ahora.

Se acostaron. Él le tocó primero los hombros y luego fue bajando sus manos hasta que le acarició el pezón derecho. Ella le dijo que estaba demasiado borracha y que no tenía ganas de hacer nada.

Se volvió del otro lado e intentó leer un libro, pero no lograba concentrarse. Cuando oyó a lo lejos el ruido infernal del camión de la basura, dio un salto, se puso algo de ropa y bajó a la calle a buscar la bolsa que había tirado. Tuvo que meter la cabeza en el contenedor para recuperarla. La rompió ante la mirada atónita del basurero y sacó sus zapatos blancos.

Cuando regresó a casa, ella todavía estaba durmiendo, roncando. Soltó el par de zapatos y la cogió por las piernas. La arrastró hacia el suelo mientras ella gritaba, aturdida, sin saber qué estaba ocurriendo. La sacó de la casa y cerró con llave por dentro.

Todavía daba golpes a la puerta mientras él tomaba con delicadeza uno de los zapatos e intentaba limpiar las manchas con un paño húmedo. Sin duda alguna, todo el vecindario estaría escuchando sus voces. ¡Eres un completo anormal! Repetía.

Cuando cogió el tarro de betún Búfalo extra-brillante, pudo oír el ruido del motor de su coche. Y cuando acabó de darle color, ella debía estar ya muy lejos.






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