Thursday, December 07, 2006
Los sueños del Capitán Colt III
Bernardt estaba parado en la puerta, con los ojos llenos de lágrimas y un anzuelo clavado en su pezón izquierdo. Formaba, sin ser consciente de ello, un prólogo de la locura que se dibujaba tras él.
Sin embargo, miré al frente y lo vi. Vi a Hamilton, quien conservaba como único atuendo unos calzoncillos corroídos por la humedad del aire, apoyando sus rodillas sobre los hombros de John, muerto Dios sabe hacía cuanto.
Gritaba: ¡Una sirena! ¡He encontrado una sirena!
Bueno.
Mira, necesito que amarres esta cuerda a lo alto del árbol. Yo no llego.
¿Para qué?
No creo que sea de tu incumbencia.
Vale. Me largo.
Oye, espera, espera. Está bien, te lo diré: me quiero ahorcar.
¿Por qué te quieres ahorcar?
Pues porque traicioné al Maestro.
¿Qué maestro?
Joder, el Maestro, el único Maestro que hay, Jesús.
Yo conozco a muchos maestros.
Mira, es igual. Dejemos el tema.
Como quieras.
Sí.
¿Y cómo le traicionaste?
Dándole un beso.
¡Dándole un beso! ¿Pero qué te pasa? ¿Eres maricón?
No, imbécil. El beso era la señal, ¿vale?
Si no pasa nada. Eres un poco mariquita, ya está.
Cállate y vuelve a lanzar la puñetera soga.
Oye…
¿Qué quieres, joder?
Quiero saber por qué traicionaste a Jesús.
Por treinta monedas de plata.
Menuda mierda.
Ya lo sé, por eso me voy a suicidar. Me siento sucio.
Bueno, la cuerda ya está amarrada.
Ahora necesito que me ayudes a subir al árbol.
…
Estoy pensando…
¿Qué?
Que deberías pagarme por este trabajito, ¿no?
Tú estás loco, tío.
Bueno, pues ahí te quedas.
Eh, espera. Espera, hombre, ¿cuánto quieres?
Treinta monedas de plata.
¡Pero serás cabrón! No pienso darte ese dinero.
Qué tonto eres, Judas. Pero mira que eres gilipollas. ¿De qué te va a servir ese dinero cuando ya estés muerto?
Tienes razón.
Te lo dije.
Toma, pero que sepas que es dinero manchado de sangre.
Vale, tomo nota.
…
Al despertar, la boca me sabe a sangre.